
Solo recuerdo el martilleo en la chapa,
el olor a incienso quemándose en el barro,
la pez pegada en las manos de papá y por toda su ropa,
las marchas en la radio del salón,
azahar en los naranjos del jardín.
Yo preparando el traje a estrenar,
mamá cosiendo botones en una túnica blanca.
Recuerdo domingos como este, llenos de luz,
con la ilusión de llevar zapatos nuevos,
con la alegría de encontrar al primer nazareno cruzando la Puerta de Osario camino de San Roque.
El brillo del pan de oro,
de los candelabros de cola recién pulidos,
el color de las flores en los jarrones de un palio,
una marcha resonando por la esquina,
esta vez en la calle,
bajo el sol resplandeciente de Sevilla en primavera.
Una niña que se emocionaba sin saber porqué,
pero que escuchaba atenta las explicaciones que su padre le daba sobre aquel grabado o aquella figura que se escondía tras una palmera.
Cuantas veces pedí al paso de una hermandad no perder nunca el fervor ni este sentimiento que tanto nos une.
Con el transcurrir de los años aprendí que hay un sentir que corre por la sangre,
que en algunas ocasiones se da de lado sin querer ,
pero es tan fuerte el latido del corazón,
que no se puede evitar dejar correr una lágrima,
cuando en un día como este,
se escucha la primera corneta retumbar en el aire.