No recordaba ya los años que habían pasado desde que pisó por última vez aquella arena,cualquier arena. Los pies se le hundían poco a poco mientras que el levante despeinaba graciosamente su flequillo.

Cuando llegó a la orilla no quiso evitar que la marea alcanzase tranquilamente sus dedos, sintió entonces un escalofrío de placer, y sin pensarlo corrió, corrió como nunca contra las olas y se lanzó de cabeza hundiéndose bajo la espuma marina. En ese momento despertó, el sudor resbalaba por su frente desmesuradamente y el corazón le latía sin control, las lágrimas se le agolparon una tras otra hasta que cayeron al fin mezclándose con el sudor.
Se incorporó como pudo y se observó, aquellos dos miembros inmóviles, sin sensibilidad, que lo único que hacían eran estorbar y hacerlo sentir desgraciado, aquellos miembros que un día corrieron y nadaron y pisaron tantas arenas. Pensó que al menos podía seguir sintiendo en sus sueños, y que había otros que ya no podían si quiera soñar.
Se arrimó la silla a la cama, se sentó como buenamente pudo, y después de arreglarse un poco salió al jardín, hacía sol y corría una agradable brisa de primavera, supo entonces que era maravillo sentir sólo eso.