
Que es la muerte si no una circunstancia más de la vida, una de las sorpresas de entre todas las que tiene nuestra existencia. Mientras nos empeñamos en ser normales y darle explicación a todo lo que nos rodea, lo único que conseguimos entender es que no somos más que muchas insignificantes historias con un mismo fin.
Esta mañana estaba en un atasco, cada coche era de un color, cada conductor era distinto ,pelo largo ,corto, feos, guapos, unos bostezaban, otros cantaban acompañando a la radio, otro se enfadaba con el de delante. Todos tan diferentes pero todos a la misma hora, pensando en el lugar al que tenían que llegar a la hora prevista. No vi a nadie llorar por malgastar esos preciosos minutos de vida en una retención, yo tampoco lloraba.
Esperamos a ese fatídico momento en el que el otro se va , y se nos plantea el dilema de qué es lo que merece la pena, qué dejamos y qué nos llevamos.
Pues mira, los atascos si que no me los voy a llevar, tampoco quisiera dejar mi cara de cabreo cuando estoy media hora parada para recorrer medio kilómetro de carretera, no quisiera dejar ni lágrimas, ni echo de menos, ni canciones desafinadas, ni malas palabras, ni canas, ni ojeras, igual que no quiero que me dejen los rencores, ni los relojes, ni las frases copiadas, ni la comida congelada, ni el olor a tierra mojada, ni el invierno.
Tal vez solo merezca la pena (me planteo sin que haga falta ver a mi querida dama del alba) tus síes, mis manos libres, el sonido de los pies descalzos en la alfombra, su pelo suave, el verde de las hojas, las cuerdas de tu guitarra, mis cuatro ventanas, la luna sonriente, el sol naciente, el cuerpo ardiente, el domingo entre mantas, el lunes con vino, los días contigo, los felices y también algunos tristes, la vida con queso y las penas con pan que son menos penas.