Veníamos por San Juan de la Palma ya de amanecía, con el dulce cansancio de la noche y las ansias de barrio. Papá y mamá estaban allí con su ilusión de traerle a su nazarena algo que reponer. Mis ojos brillaban y no notaban el peso del cirio, ni el antifaz, llevaba un agotamiento feliz, una congoja extraña, una paz.
Allá por Parras se agolpaban las lágrimas, amigos macarenos, el día ya hecho realidad, el sol llamando al viernes Santo. En la Resolana mi hermano con mis niños, cuanta emoción agolpada en tan pocas horas. Cuando pasamos por el Arco sentí un crujir de alma, un llegar a casa,un sosiego aún no conocido. Al pisar el mármol di las gracias por haberme dado las fuerzas para llegar,en el presbiterio me dejé vencer hasta que llegaste,triunfal con un reguero de plumas blancas tras de ti,y ya no sentí nada más, sólo lágrimas cayendo como un manantial de amor.
Y tras la Centuria un ejército de terciopelo verde hasta ti, Madre nuestra, Señora de Sevilla, cuando suenan los primeros sones del himno todos los corazones cantan y se para el tiempo. Cuando te veo aparecer con esa cara de trasnochada no hay expresión ni lágrima que te defina, porque eres bella aún más con el candor de las velas, eres irreal,como un sueño del que no se quiere despertar.
Y llega el medio día, no duelen los pies, ni la espalda, ni hay sueño, me pongo mi antifaz y salgo camino de casa, lejos de vosotros, me voy después de cumplir mi penitencia, que más que penitencia es un paseo por el cielo, el cielo que es la madrugá en Sevilla. Me voy con la promesa de volver, de no irme de aquí nunca, de mi hermandad Macarena!