El día que bajaste de tu altar se iluminaron los caminos hacia todas las puertas,
la Sevilla más olvidada lleno su balcón de fe y esperó en el zaguán tu llegada.
Llegaste como siempre,
con la parsimonia del que todo lo puede,
el que arranca la emoción del alma,
con el talón descubierto a un corazón que se parte,
y que no olvida ese tramo de calle a calle bajo tus pies.
Y aquí permaneces,
cerca de la humildad de los que sabemos sentirte y darte las gracias por llegar a nosotros.
El día que Dios vino a vernos,
en la Iglesia resonaron cánticos de alegría y la gente rezaba por las calles y le pedían salud.
El día que Dios vino a vernos,
muchos creyeron cuando no habían creído nunca,
y esa es su lección.
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