Era una hermosa mañana de primavera y Sultán se encontraba reposando tranquilamente en su cuadra, después de un animado paseo por la dehesa la mejor recompensa era un cepillado y una buena ración de alfalfa. Por el aire volaba una melodía lenta que le motivaba aún más a relajarse, Sofía tocaba en su piano de pie los últimos acordes que había aprendido en la clase de hoy, por un momento paró, escuchó un relincho a lo lejos y se levantó de un brinco de su taburete, salió al jardín y rápidamente avanzó hacia las cuadras, no le hacia falta ver las crines del caballo que relinchaba para saber que era Sultán que desde sus aposentos le acompañaba al sonido de su piano.
Solo contaba con 5 años cuando Ankara, la yegua preferida de su padre, dio a luz a Sultán, tenía un pelo negro tan brillante que parecían reflejarse en él las estrellas, a Sofía le gustó ese nombre porque le recordaba al caballo del cuento del sultán y la esclava, que narraba la bella historia de amor entre estos dos, en éste el caballo, que era negro como la noche, salvaba a la esclava del malvado hermano del sultán que celoso había intentado secuestrarla. Era el cuento que más le entusiasmaba, sobre todo porque era el único momento en que su padre se sentaba a su lado para dedicarle parte de su valioso tiempo. Ankara murió en el parto y Sofía le cogió un afecto de madre adoptiva a Sultán, hasta el punto que se empeñó en transmitirle su amor por la música. Lo amarraba al lado del alfeizar de la ventana que daba al salón, donde ella tocaba durante horas el piano, para así sentir su compañía y a la vez él no se sintiera tan solo.
Y Sultán creció con la banda sonora de un piano, y bailo en miles de espectáculos por todo el mundo acompañado del sólo de Sofía con su piano de pie.